martes, 21 de octubre de 2008

Pablo Vargas
21 de Octubre de 2008

El juego y el futuro

Paseando por las canchas, el pasado fin de semana, se me vienen dos importantes temas de los cuales uno se podría explayar. Sin embargo, también se trata de dos asuntos que, indirectamente, se conjugan. Uno es el valor de lo colectivo, y otra es la relevancia que nuestro básquet le da a su propio futuro.

Viendo el partido en que Boston College recibió a la Universidad de Concepción, es fácil resaltar ciertas diferencias en el juego que desarrollan ambos. Los maipucinos invirtieron fuerte esta temporada, buscando superar sus resultados de los últimos dos años, cuando fueron semifinalistas y se encontraron en esa ronda con Liceo Mixto. Aún cuando han transcurrido los meses, la química y la fluidez sólo aparece a ratos. No es un equipo en rodaje ni mucho menos, pero sigue teniendo fluctuaciones importantes en su desempeño a lo largo de los 40 minutos, cayendo en errores y teniendo problemas para cerrar los partidos.

Con un plantel nutrido en talento, a veces resulta incomprensible que gane cinco de seis duelos que les tocó seguidos de visita, estire su racha derrotando en casa al clásico rival (Puente Alto) para, posteriormente, caer ante uno de los colistas (Español) y el puntero (la U penquista). Para tener una gira tan exitosa en recintos ajenos, algo ha de tener el team. Sin embargo, en su gimnasio no termina de hacerse fuerte. Y son esas mismas “bipolaridades” que presentan dentro de cada partido, las que hacen que las “Aguilas” no estén más encumbradas en la tabla, luego además de una baja Fase Zonal.

Por contrapartida, la U de Conce en sus buenas noches –las que no son pocas- hace una apología al valor de la armonía colectiva en el tabloncillo. En el Super 4 jugado en casa y en su reciente visita a la capital, los penquistas demuestran que su fortaleza está en las capacidades individuales puestas al servicio del conjunto. Ahora, claro, las diferencias con Boston College no son pocas: si bien los del Campanil este año cambiaron de técnico, fue el asistente de Guillermo Narvarte quien se hizo del cargo, y el conocido Jorge Luis Alvarez ha puesto su impronta en el equipo, sumando un par de refuerzos útiles para suplir ciertas falencias detectadas con anterioridad. La solución no ha llegado, precisamente, por el lado de los extranjeros. No es que Jeff Abga, André Hardwick o Kenell Sánchez no aporten lo suyo, sino que son “uno más” en el tramado colectivo. De hecho, en Maipú los universitarios cerraron el duelo con sólo uno de los foráneos en cancha.

A eso se apunta con tanta vuelta. A lo relevante del fondo de juego, de la química, de la fuerza colectiva, a la armonía de los cinco que están en el parquet y los siete que pueden salir desde el banquillo. Ciertamente, no son los únicos que tienen esta virtud, pero ante un cuadro con nombres potentes, como lo es Boston, dejan en evidencia el valor del colectivo en un juego simple como el básquetbol. Ahora bien: nada de esto implica que U de Conce sea el “equipo perfecto” o que no tenga carencias. Las tiene, y quedan en evidencia a ratos (pero eso puede ser materia de otra columna en este blog).

Por lo demás, nada de esto garantiza títulos o gloria. De hecho, nadie se acordará en un par de meses si eran los que mejor jugaban si no coronan la campaña con un cetro. Pero es sano reivindicar lo colectivo en una liga que, se presuponía, dominada por el equipo que posea los tres mejores extranjeros. Los penquistas -tal vez- sean de los que más gasten en el ítem “salario de gringos”, pero eso no les ha garantiza calidad de los mismos (ojo, no digo que sean malos) ni mucho menos resultados.

Combinando a la importancia del juego armonioso en un deporte colectivo como éste, quiero detenerme en un asunto no menos relevante y asociado en el fondo a lo, hasta ahora, descrito. Por esas vueltas de la vida, este sábado “caí” en la eliminatoria regional para el Nacional de categoría Cadete. Más allá de los resultados, que no son relevantes, dos cosas me llamaron poderosamente la atención y me hace ser pesimista respecto del futuro.

Sin desmerecer los esfuerzos dirigenciales ni el empeño de nadie, no puede ser que un torneo de esta envergadura se dispute sin tablero marcador electrónico, con tiempo incluido, o sin reloj de control de posesión. La verdad, hace años no me tocaba ver que eso ocurriera. ¡¡¡Estamos en el año 2008!!! Y en el gimnasio donde se disputó el clasificatorio, todo se llevaba con cronómetros manuales en la mesa de control. ¿La verdad? Me parece no sólo impresentable, sino también irritante que no nos preocupemos de darle a los jóvenes las chances de jugar el juego como corresponde. ¿Tan así? Sí, tan así. Y pongo un ejemplo cercano: hace una temporada, si la memoria no me falla, Boca Juniors perdió un partido en la FINAL de la liga argentina porque en el transcurso del partido se echó a perder el reloj de 24 segundos. ¡PERDIÓ EL PARTIDO! Mientras, acá se juega con tiempo “manual”. Después no esperemos mejorar o medirnos con nadie.

Lo segundo: los chicos que vi en acción, de 15 y 16 años, presentaban una carencia brutal de fundamentos. Algunos, incluso, no tenían mayor conocimiento o manejo del juego. Y hablo de chicos de los equipos que dominaron el clasificatorio y no del colista, que se comió palizas de sobre 100 puntos de diferencia ante sus rivales y que tenía un plantel que -con suerte- se podría definir como de “novatos” de una escuela de básquet. Hay que decir que un “seleccionado” así no merece jugar. No por malo, sino que su carencia de jugadores evidencia que no existe competencia en la asociación a la que pertenecen, pues no había ni siquiera dos jugadores que supieran los fundamentos más básicos del deporte que jugaban.

Si a en los buenos había falencias, hay que imaginar la diferencia cualitativa respecto del más malo de los equipos del clasificatorio. Y resulta que, aunque no sea la zona más basquetbolizada del país, no puede ser que en donde hay más población, no haya en las series menores una masa crítica de jugadores que permita mirar con optimismo el futuro, menos si el quinteto que gana lo hace habiendo tenido algunos entrenamientos y sin mostrar (ni menos necesitar) un patrón de juego muy definido para superar al resto. Así, el futuro se ve nublado.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Sebastián Alaniz
14 de Octubre de 2008


“La Lógica”



Un concepto raro o al menos poco aplicable en el deporte. La lógica permite hacer pronósticos fundamentados y adelantar resultados y posiciones. Romper la lógica significa quebrar esquemas, quedar en la historia y remecer los entornos de cada disciplina, no importa cuál sea dicho entorno, ni cuántos seguidores tenga.

Pasó con “Las Diablitas”, que derrotaron a una selección argentina que no perdía en 20 años. Está pasando con Fernando Alonso en la Fórmula 1, que sin estar en una de las escuderías grandes y supuestamente sin un auto capaz de pelear el campeonato, ya lleva 2 victorias al hilo. Pasa con Ovalle en la Copa Chile, que dejó en el camino a Coquimbo y a La Serena. Son casos que rompen la lógica y en un primer momento son inesperados, pero una vez ocurridos no son demasiado sorpresivos, dados los antecedentes previos. Alonso es uno de los grandes y ya ha ganado el título de pilotos de la máxima categoría. Coquimbo y La Serena no juegan con plantel estelar los encuentros de mediados de semana. Y “Las Diablitas” no son producto de la casualidad, sino de un trabajo bien planificado y que tiene como modelo precisamente a “Las Leonas argentinas”.

Y en el básquetbol estamos acostumbrados a que la lógica se rompa, aunque también siempre podemos encontrar antecedentes para ello. La semana pasada ocurrió con la Universidad de Concepción, puntero y ganador del súper 4, que fue a caer con el que hasta entonces era el colista absoluto, Español de Talca. Y también pasó con la selección universitaria de la UC, que con 5 jugadores Dimayor en su plantilla cayó frente a un plantel que prácticamente en su totalidad es amateur, el equipo de la Universidad Católica de Valparaíso, en la final del nacional universitario.

Esos dos resultados, contrarios a cualquier pronóstico “oficial”, tienen también su explicación. Español cambió extranjeros y tomó un segundo aire que le permitió 3 victorias en línea. Luego de vencer a Osorno y Valdivia, el quijote venía en racha y con la moral en alto para enfrentar a los penquistas, que habían además caído dolorosamente como locales frente a los Toros. Coincidieron estos dos momentos de estos dos planteles en la cancha y el resultado fue el que conocemos.

En el caso de la final universitaria se vivió con una dinámica distinta y con un argumento también diferente. El físico pareció ser determinante para un Felipe Contreras o un Christian Díaz, que estuvieron jugando toda la semana sin descanso, por haber jugado el fin de semana anterior dos partidos por Dimayor. Además está el factor concentración, que se notó en varios jugadores cruzados, ya que esa misma noche jugaban en Concepción por los puntos y varios de los hombres de Ureta “se fueron” del gimnasio de la USACH incluso antes de que comenzara el pleito. Del otro lado se encontraron con un equipo parejo, disciplinado, con una generosa y rendidora rotación de hombres, por lo que el duelo, que en el papel era para los santiaguinos, se volcó hacia los porteños. Incluso, haciendo un mal partido la UC, por la calidad y experiencia de su plantel, estuvo a poco de emparejar las acciones al finalizar el encuentro.

Es lo bonito de este deporte y del deporte en general. Poder argumentar correctamente sobre los pronósticos, para que de vez en cuando y de cuando en vez, se rompa de nuevo la lógica, se reciban sorpresas y se escriban páginas de historia, sin que eso amague nuestras ganas de seguir “apostando” por quién va a ganar el próximo fin de semana.

martes, 7 de octubre de 2008

Félix Farfán
7 de Octubre de 2008

Otra cosa es en chilito


He tenido la oportunidad de seguir durante un año el basquetbol universitario acá en Santiago y es muy difícil no pensar en lo que ocurre en la tierra de “Magic” y “Air”. El campeonato de la NCAA es un torneo que tiene, de por sí, muchos atractivos. No sólo por el hecho de que sus principales figuras lleguen a la NBA. Ayuda, claro está. Pero el camino que deben enfrentar en esa liga va generando una historia que en más de una ocasión ha sido transcrita a un guión de película.

El Final Four es una institución dentro del basquetbol norteamericano, y los partidos (que se transmiten por internet) suelen tener la afluencia de una buena cantidad de espectadores, principalmente estudiantes de las mismas casas de estudio que van a alentar a su equipo. A alentar sin la necesidad de desgastarse en canto tras canto, pero con la pasión e identidad suficiente para aportar al desarrollo del juego.

Acá en Chile todo es distinto. Hay dos torneos “grandes”: la Organización Deportiva de la Educación Superior (ODESUP, que reúne a universidades privadas fundamentalmente y, en el último año, se incluyeron las más tradicionales) y el de la Federación Nacional de Universitaria de Deportes (FENAUDE, que reúne a los torneos de las asociaciones regionales). Aquí todo es distinto a lo que uno puede ver en la competencia estadounidense: no hay cobertura suficiente; no tiene la espectacularidad de jóvenes promesas y no tiene restricciones.

No me refiero a restricciones en cuanto a que no hay reloj de posesión, ni a que se permiten cometer fouls sin parar. No. La gran restricción, en comparación al campeonato gringo, es en la presencia de jugadores profesionales en planteles universitarios. Es que en los parquets universitarios, a pesar de la condición de jugadores “profesionales”, uno se encuentra con muchos de ellos.

La presencia de esos jugadores (para la suerte de las respectivas casas de estudio) marca notables diferencias. Es distinto un partido de la UC con Cristián Díaz, Felipe Contreras, Bernardo Baeza, Jorge Narbona e incluso Milibor Bugueño (que si bien no juegan todo el tiempo en el plantel Dimayor de la UC, si entrenan con el equipo) que uno sin ellos. Lo mismo ocurre con Gabriela Mistral con Percy Werth, German Siegmund y Nicolás Alba.

La presencia de esos jugadores marca una distancia considerable. Por ejemplo, la Universidad Católica ha salido campeón del torneo nacional FENAUDE en variadas oportunidades en los últimos años. Y si no es campeón, es segunda. Ahora, defendiendo su corona conseguida en Valparaíso el año pasado, el cuadro que dirige también Miguel Ureta, ha ganado con holgura sus partidos. En su debut frente a la UTEM, a 4:38 de que terminara el partido, el “mono” hizo ingresar a los suplentes. Ganaron por 31 puntos (y con los suplentes casi medio cuarto en cancha). Lo mismo ocurre en la ODESUP.

¿Será bueno normar eso? En algún minuto, sí. Pero, por ahora, mientras no se cambie la mentalidad deportiva, mientras no se abra un abanico de opciones para poder hacer surgir la cultura deportiva necesaria para el país, creo que es plausible el que se de esta opción. Le da mayor espectáculo a los partidos. Esperemos que, prontamente, todas las selecciones universitarias tengan ese requisito de no tener profesionales en cancha, por el bien de nuestro chilito.