martes, 7 de octubre de 2008

Félix Farfán
7 de Octubre de 2008

Otra cosa es en chilito


He tenido la oportunidad de seguir durante un año el basquetbol universitario acá en Santiago y es muy difícil no pensar en lo que ocurre en la tierra de “Magic” y “Air”. El campeonato de la NCAA es un torneo que tiene, de por sí, muchos atractivos. No sólo por el hecho de que sus principales figuras lleguen a la NBA. Ayuda, claro está. Pero el camino que deben enfrentar en esa liga va generando una historia que en más de una ocasión ha sido transcrita a un guión de película.

El Final Four es una institución dentro del basquetbol norteamericano, y los partidos (que se transmiten por internet) suelen tener la afluencia de una buena cantidad de espectadores, principalmente estudiantes de las mismas casas de estudio que van a alentar a su equipo. A alentar sin la necesidad de desgastarse en canto tras canto, pero con la pasión e identidad suficiente para aportar al desarrollo del juego.

Acá en Chile todo es distinto. Hay dos torneos “grandes”: la Organización Deportiva de la Educación Superior (ODESUP, que reúne a universidades privadas fundamentalmente y, en el último año, se incluyeron las más tradicionales) y el de la Federación Nacional de Universitaria de Deportes (FENAUDE, que reúne a los torneos de las asociaciones regionales). Aquí todo es distinto a lo que uno puede ver en la competencia estadounidense: no hay cobertura suficiente; no tiene la espectacularidad de jóvenes promesas y no tiene restricciones.

No me refiero a restricciones en cuanto a que no hay reloj de posesión, ni a que se permiten cometer fouls sin parar. No. La gran restricción, en comparación al campeonato gringo, es en la presencia de jugadores profesionales en planteles universitarios. Es que en los parquets universitarios, a pesar de la condición de jugadores “profesionales”, uno se encuentra con muchos de ellos.

La presencia de esos jugadores (para la suerte de las respectivas casas de estudio) marca notables diferencias. Es distinto un partido de la UC con Cristián Díaz, Felipe Contreras, Bernardo Baeza, Jorge Narbona e incluso Milibor Bugueño (que si bien no juegan todo el tiempo en el plantel Dimayor de la UC, si entrenan con el equipo) que uno sin ellos. Lo mismo ocurre con Gabriela Mistral con Percy Werth, German Siegmund y Nicolás Alba.

La presencia de esos jugadores marca una distancia considerable. Por ejemplo, la Universidad Católica ha salido campeón del torneo nacional FENAUDE en variadas oportunidades en los últimos años. Y si no es campeón, es segunda. Ahora, defendiendo su corona conseguida en Valparaíso el año pasado, el cuadro que dirige también Miguel Ureta, ha ganado con holgura sus partidos. En su debut frente a la UTEM, a 4:38 de que terminara el partido, el “mono” hizo ingresar a los suplentes. Ganaron por 31 puntos (y con los suplentes casi medio cuarto en cancha). Lo mismo ocurre en la ODESUP.

¿Será bueno normar eso? En algún minuto, sí. Pero, por ahora, mientras no se cambie la mentalidad deportiva, mientras no se abra un abanico de opciones para poder hacer surgir la cultura deportiva necesaria para el país, creo que es plausible el que se de esta opción. Le da mayor espectáculo a los partidos. Esperemos que, prontamente, todas las selecciones universitarias tengan ese requisito de no tener profesionales en cancha, por el bien de nuestro chilito.

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