martes, 11 de noviembre de 2008

Pablo Vargas
11 de Noviembre de 2008

Los que pueden


Nos acercamos al cierre de la temporada regular. Algunos se aprestan a vivir los playoffs con optimismo, otros con la esperanza de dar la sorpresa. Mientras tanto, algunos ya comienzan a discutir respecto de lo que debería venirse el próximo año. El formato del torneo, por ejemplo, ya comienza a estar en el tapete, con algunas propuestas tendientes a estirar a nueve o diez meses la competencia, que es lo que la mayoría reclama públicamente, pero que, sin embargo, bajo cuerda se encargan de torpedear la iniciativa ante la imposibilidad de financiar las planillas de sueldo durante tanto tiempo.

Aunque la actividad en las canchas es frenética, está entretenida y en fases decisivas, bien vale la pena detenerse en el tema de la precaria economía de los clubes participantes. Esto, a partir no sólo de que muchos ni se imaginan una fórmula para pagar salarios más de medio año, sino por sobre todo, ante la situación de no pocas instituciones que hace rato ya no tienen cómo cumplir con los compromisos pactados con sus jugadores y cuerpos técnicos.

A estas alturas, es aburrido escuchar que un club amenaza con retirarse de la Dimayor a mitad temporada por falta de recursos. Por majaderos, por repetidos, ya nadie les cree. Incluso, hay muchos que a estas alturas abogan para que lisa y llanamente, esos equipos se salgan de la liga y no jodan más. Pero eso sería tan impresentable como los llantos de los desfinanciados.

Lo dramático y más impresentable aún viene cuando se comienzan a perder partidos por no presentación, distorsionando definitivamente la competencia. Y eso ya ocurrió este año. Así, es el tiempo de que comiencen a tomarse acciones tendientes a hacer de la liga una competencia más seria, más profesional, más rigurosa y, definitivamente, deje de depender del voluntarismo de algunos que mantienen vivas a sus instituciones con un respirador artificial. Muy artificial.

Con el paso de los años, con crisis de cantidad de participantes que parecían superadas, es tiempo de que de una vez por todas, comiencen a jugar los que pueden y no sólo los que quieren. Porque con el formato de dejar “competir” a algunos equipos (que representan ciudades importantes), la cosa definitivamente no está funcionando.

No sirve de nada creerse capital del básquet, tener la hinchada más fiel, el apoyo del municipio o el mejor de los gimnasios para hacer de local. Tampoco sirve estar simplemente al amparo de grandes instituciones o empresas, porque eso no garantiza necesariamente el buen manejo de los recursos para contratar foráneos. Está bueno ya. Paremos con las farsas y apuntemos que, con todo eso, no alcanza.

Clubes que han sido protagonistas de la competencia hasta hace pocas temporadas, hoy viven de precarios equilibrios, que les alcanza para que sus jugadores salgan a la cancha sin chistar demasiado, a intentar proezas deportivas sin el soporte mínimo que requiere la alta competencia, partiendo por dirigentes serios que sean capaces de cumplir con lo pactado: sueldo, un sitio dónde vivir y los medios para alimentarse de modo acorde con la exigencia de un deportista.

Porque, al final del día, los que están fuera de la cancha son los grandes y únicos responsables de la crisis económica de las instituciones que encabezan. Nadie les pone una pistola en la cabeza para fijarle el sueldo a un jugador, nadie los obliga a prometer alojamiento, ni menos los presionan para cambiar las reglas y sumar un extranjero más por plantel. Es momento de que se hagan cargo de que si no son capaces de hacer un presupuesto, se vayan. Y, si lo saben hacer pero no saben cumplir con él, también tienen que irse. Y si no tienen la capacidad de salir a “vender” el proyecto deportivo que implica la participación de sus clubes en la Dimayor para allegar recursos, igual su destino está fuera de la actividad dirigencial.

Hay que terminar con el verso. Basta ya. La Dimayor, o como quieran llamar a la máxima competencia cestera del país, debe-de una buena vez y por todas- ponerse seria y comenzar a jugar con los que pueden y no con los que quieren o con los que creen que pueden, por representar una ciudad grande, importante en el básquet o lo que sea. Hay demasiadas muestras que eso no sirve y estanca a todos los que queremos ver por fin la explosión de nuestro deporte. Ahí tienen el decoroso ejemplo de la UDE que, con toda su tradición, se dio cuenta de que el proyecto era insostenible. Se esforzaron, no pudieron conseguir el dinero necesario y se fueron. Con la frente en alto. Con deudas, seguramente, pero sin hacer el papelón de los inanes llantos por los medios o amenazas de retiro o no presentación… Dignos, en resumen.

Aunque suene feo. Aunque no guste. Aunque sea reiterativo. Aunque prefiero que hayan muchos equipos jugando… Así y todo, llega el momento en que hay que hacerle caso a la paradoja: ser menos es más. O mejor. Porque, aún queriendo que todos se sumen al proyecto, se integren nuevos clubes, llega el momento de hacer de nuestra competencia un sitio digno. Por eso, no me canso de decir hasta el hastío –y el seguro odio de algunos que se tienen que sentir aludidos- de que esta liga no es para los que quieren, sino para los que pueden.

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